Me gustaba cuando no nos conociamos y jugabamos a las adivinanzas, a no mostrarnos. Ya soñaba con él. Me ponia nerviosa la musiquita cuando aparecía. Al instante empezabamos a jugar.
Un día fui.
Llevaba el bolso tan cargado de libros, buscando excusas pasé primero a recuperarlos. Tenía que tener una para salir de mi pieza aunque sea.
Fue una de las situaciones más tensas que viví, pero a la vez tan placentera. Sabía que me miraba, que se acercaba pero que no se animaba.
Nunca más pude dejar de ir.
Nunca más dejé de sentir ese vacio en el estomago cuando estoy llegando. A veces son como cortocircuitos en la punta de los dedos, nuditos que se hacen en la voz, nubes en la cabeza. Todo junto parece mucho, pero pasa.
Con la nada misma haciamos magia. Nos comiamos las horas. Arriba todos se sentaban, aplaudian, cantaban, tocaban a mozart, reian, enloquecian y se iban. Abajo entre humos y mates, moriamos un poco más de amor.
A pesar de todo (todo todo) no me arrepiento, no se siente algo así en cualquier vida. No cualquiera es capaz.
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