- Sí - dijo - Lo intentaré. Naturalmente, de una manera demostrable o legal, no tengo derecho a exigirte nada. Pero también hay otro tipo de derechos, otro tipo de leyes. Quizas no lo sepas todavía, pero ahora te vas a enterar de que aparte de las leyes morales hay otras igual de poderosas, igual de válidas. ¿Cómo decirte?...¿Lo sospechas ya? La gente corriente no es consciente de ello. Pero tu tienes que enterarte de que las personas no solamente las atan las palabras, los juramentos y las promesas, y que ni siquiera son los sentimientos y las simpatias los que rigen las relaciones humanas. Hay algo diferente, una ley más severa, más dura, que determina si dos personas están ligadas o no... Es como la complicidad. Esa ley fue la que estableció que yo tuviera que ver contigo. Yo conocía esa ley. La conocía incluso hace 20 años. Cuando te conocí, lo supe enseguida. No tiene ningún sentido que me haga el modesto. Creo, Eszter, que en realidad, de nosotros dos, soy yo el que tiene el caracter más fuerte. Claro, no en el sentido de los manuales de moral. Pero soy yo - el errante, el infiel, el fugitivo - quien ha podido permanecer, con todo mi empeño y convencimiento interior, fiel a esa otra ley que no figura en los manuales ni en los codigos penales, y que, sin embargo, es la verdadera. Es una ley dura. Atiéndeme. La ley de la vida dicta que acabemos lo que un día empezamos. No es precisamente un motivo de alegría. En la vida nada llega a tiempo, la vida nunca te da nada cuando lo necesitas. Durante largos años, nos duele ese caos, esa demora. Pensamos que alguien está jugando con nosotros. Sin embargo, un día nos damos cuenta de que todo ha ocurrido determinado por un orden perfecto, encajado en un sistema marvilloso. Dos personas no pueden encontrarse antes de estar maduras para su encuentro... Maduras, no desde el punto de vista de sus inclinaciones y de sus caprichos, sino en su fuero más intimo, obedeciendo la ley irrevocable de sus destinos, de sus estrellas, de la misma manera que se encuentran dos astros, en la infinitud del universo, con una exactitud perfectamente determinada, en el instante previsto, en el instante que pertenece a los dos, en la infinitud del espacio y del tiempo, según las leyes de la astronomía. Yo no creo en los encuentros fortuitos.
SANDOR MARAI -
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