(...)
Uno de tales mundos se reducía a la casa paterna, y ni siquiera la abarcaba toda, sino que, en realidad, sólo comprendía a mis padres. Este mundo me era bien conocido en su mayor parte: se llamaba madre y padre, se llamaba amor y severidad, ejemplo y escuela. Sus atributos eran un sueve resplandor, claridad y limpieza. Las palabras cariñosas, las manos lavadas, los vestidos limpios y las buenas costumbres tenían en él su centro. En el se cantaban el coral matutino y se festejaba la Nochebuena. En este mundo había lineas rectas y caminos rectos que conducían al porvenir; había el deber y la culpa, el remordimiento y la confesión, el perdón y los buenos propósitos, el amor y la veneración, la palabra de la Biblia y la sabiduria. En este mundo debía uno mantenerse para que la vida fuese clara y limpia, bella y ordenada.
El otro mundo comenzaba, sin embargo, en medio de nuestra propia casa y era complatamente distinto, olía de otro mundo, hablaba de otro modo, prometía y exigia otras cosas. En este segundo universo habia criadas y aprendices, historias de aparecidos y rumores de escandalo; había una abigarrada marea de cosas monstruosas, atrayentes, terribles y eneigmaticas, cosas como el matadero y la carcel, hombres borrachos y mujeres escandalosas, vacas que parían y caballos que resbalaban; relatos de robos, asesinatos y suicidios. En derredor nuestro existian todas estas cosas bellas y espantables, salvajes y crueles (...)
Lo más singular era que los dos mundos confinaban uno con otro, estrechamente yuxtapuestos.
(...)
DEMIAN, Hermann Hesse.
4 comentarios:
si amplias la foto se ve grandotota, y aparece asi como sin querer una parte de la dedicatoria.
Genial Hermann!
A todos nos aparecen las cosas sin querer...
Ese libro es una maravilla de relectura y relectura obligada.
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